Cinco años han pasado y «Ya estoy motorizado», ese es el tiempo que mis piernas estuvieron aguantando el ritmo con un andador, dentro y fuera de casa, librando cada día una batalla silenciosa contra el cansancio, la rutina y los obstáculos que la vida me ponía en el camino. Cinco años en los que cada paso era una conquista, sí, pero también una carga.
Hoy quiero contarte algo distinto. Algo disruptivo. Algo que me arranca una sonrisa: ya estoy motorizado.
No, no me he comprado una Harley ni un Ferrari (aunque quién sabe, quizás algún día). Lo que tengo ahora es mucho más que un medio de transporte: es una extensión de mi libertad, un aliado silencioso que ha llegado para devolverme energía, comodidad y, sobre todo, un respiro.
Mi nueva silla eléctrica no es solo un “vehículo”. Es la declaración de que mi vida sigue avanzando, de que sigo encontrando soluciones para moverme, para crecer y para vivir sin pedir permiso. Después de tanto tiempo con un andador, sentir que ya no son mis piernas las que pagan el precio de cada desplazamiento es, sinceramente, un lujo.
Porque la realidad es esta: la sociedad muchas veces ve la silla de ruedas como un límite, cuando en realidad es lo contrario. Es un trampolín. Una invitación a salir, a explorar, a decirle al mundo: “Aquí estoy, con más fuerza que nunca”.
Y no te voy a mentir: hay algo profundamente disruptivo en la sensación de mover un joystick y sentir que me deslizo sin esfuerzo. Es casi como un superpoder. Antes era mi cuerpo el que llevaba la carga; ahora, con un simple gesto, avanzo, retrocedo, giro, freno… Y todo eso sin que mis piernas tengan que sufrir.
El andador sigue conmigo, sí. Es mi compañero de batalla en casa, el que me recuerda cada día lo lejos que he llegado. Pero la silla eléctrica es otra historia. Es el símbolo de una nueva etapa, de una independencia renovada.
¿Sabes lo que más me emociona? Que este “motor” no solo mueve mi cuerpo, también mueve mis ideas. Porque ahora tengo más energía para dedicar a lo que de verdad importa: mi trabajo, mis proyectos, mi gente, mis sueños.
La vida no se trata de quedarse quieto ni de rendirse ante lo difícil. Se trata de buscar el camino, incluso si ese camino viene con ruedas y un motor eléctrico. Y yo he decidido recorrerlo con la frente en alto, con la certeza de que ser motorizado no es una etiqueta: es una victoria.
Así que, sí: después de cinco años de lucha, hoy puedo decirlo con orgullo y con humor. Ya estoy motorizado. Y mis piernas, por fin, me lo agradecen.







