Cuando alguien escucha la palabra coaching piensa en transformación, logros y metas cumplidas. Y sí, muchas veces es así. Pero hoy quiero hablar de lo que casi nadie cuenta: de esos procesos que no terminan en la historia de éxito que se espera.
Hace un tiempo trabajé con Mario, un hombre de 63 años de Galicia. Llegó a mí con un objetivo claro: quería crear un proyecto que le diera estabilidad, algo que le permitiera vivir con dignidad. Yo me comprometí con él, como hago siempre, poniendo todas mis herramientas de coaching y programación neurolingüística a su disposición.
El camino no fue fácil. Mario solía decirme: “esto no lo puedo hacer”. A veces mostraba ilusión, pero pronto volvía a cambiar la idea. Los meses pasaban y el proyecto se transformaba tantas veces que nunca llegaba a tomar forma. No digo que fuese culpa suya, sino de sus circunstancias. La vida no siempre nos da la energía, el tiempo o la estabilidad emocional para perseguir objetivos grandes.
Llegó un punto en el que decidimos cambiar de enfoque. Dejamos de buscar “la empresa” y empezamos a trabajar la escucha activa. No se trataba ya de perseguir un sueño concreto, sino de acompañarle en lo que iba viviendo día a día. Que pudiera hablar, desahogarse, poner en palabras su mundo interior y, al menos, sentirse escuchado.
Durante meses compartimos conversaciones profundas. Yo estaba ahí, presente, atento, sosteniendo su espacio. Pero un día me dijo que quería parar. Que no tenía fuerzas. Que no podía seguir.
Y aquí viene la pregunta incómoda: ¿debería sentirme frustrado porque Mario no alcanzó su objetivo?
Podría decir que sí. Podría pensar que no hice suficiente, que fallé como coach. Pero también sé que puse todo de mí en cada sesión. Preparé, escuché, acompañé. Y también sé que, después de las sesiones, él no siempre trabajaba lo necesario. No lo digo como reproche, sino como un hecho: sin acción, el cambio es casi imposible.
Entonces, ¿de quién es la responsabilidad cuando un proceso no termina en éxito?
¿Del coach, del cliente… o de ninguno?
La verdad es que a veces el resultado no depende de nosotros. Depende de las circunstancias, del momento vital, de la fuerza interna que tenga la persona para seguir caminando aun cuando el terreno se vuelve empinado.
Lo que aprendí con Mario es algo que quiero compartir contigo: el coaching y la escucha activa no son varitas mágicas. No siempre llevan a un final feliz. Pero eso no significa que no tengan valor. Porque incluso cuando el objetivo no se alcanza, el simple hecho de haber tenido un espacio seguro donde hablar y ser escuchado ya es un avance.
Y sí, confieso que me dolió. Porque uno siempre quiere ver florecer a la persona que acompaña. Uno sueña con escribir historias de éxito. Pero también es honesto reconocer que la vida no siempre se dobla a nuestras expectativas.
Hoy, mirando atrás, pienso que el proceso con Mario fue valioso, aunque no tuviera un final de película. Quizás él no logró la empresa que quería, pero tuvo alguien que lo escuchó en momentos en los que sentía que no podía solo. Y a veces, eso ya es suficiente.
Así que si alguna vez te preguntas si todos los clientes de un coach tienen éxito, la respuesta es clara: no. No todos lo logran. Pero eso no significa fracaso. Significa que el proceso fue humano, real, imperfecto.
Y esa, quizás, sea la parte más auténtica del coaching.
No todos mis clientes tienen éxito


