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Cuando gritas, pierdes la razón

Cuando gritas, pierdes la razón, enfadarse es humano, natural y, en muchas ocasiones, totalmente legítimo. El enfado es una emoción que aparece cuando sentimos que se han traspasado nuestros límites, cuando no se nos ha tratado con el respeto que merecemos o cuando percibimos una injusticia. En ese momento, tener enfado significa tener razón, porque la emoción está conectada con una necesidad real y con algo que no funciona como debería. Sin embargo, lo que ocurre muchas veces es que, aunque el motivo sea válido, la forma en la que expresamos ese enfado hace que perdamos credibilidad y la razón deje de estar de nuestro lado. Es en ese punto donde el grito se convierte en enemigo.

Cuando una persona eleva la voz

Su mensaje deja de ser el protagonista y pasa a serlo su tono. Aunque las palabras tengan peso, el grito las distorsiona. La otra persona deja de escuchar lo que decimos y se centra únicamente en cómo lo decimos. El contenido se diluye detrás de una barrera de agresividad, y lo que podía ser una conversación para resolver un conflicto termina convirtiéndose en una batalla de egos donde el fondo importa menos que la forma. Es como si la verdad quedara atrapada en un envoltorio que nadie quiere abrir.

La paradoja es que el grito, que nace con la intención de reforzar nuestro mensaje, en realidad lo debilita. Cuando gritamos, provocamos que la otra persona se ponga a la defensiva, que se cierre en lugar de abrirse, que se proteja en lugar de comprendernos. Lo que buscábamos era ser escuchados, pero al final logramos el efecto contrario: nos convertimos en alguien que solo proyecta ira, y ya no importa tanto si teníamos razón o no. La emoción es legítima, sí, pero la forma en la que la canalizamos nos hace perder poder.

Mantener la calma

No significa callarse ni aguantar lo que no nos gusta. Significa expresar con claridad y firmeza lo que sentimos y lo que necesitamos, pero sin dejar que el volumen eclipse el contenido. No es lo mismo gritar “¡Siempre me ignoras!” que decir con voz firme “Necesito que me escuches cuando hablo”. En el primer caso, la frase se convierte en un ataque que invita al otro a defenderse; en el segundo, es una necesidad expresada que abre la puerta a que el otro pueda comprendernos. La diferencia no está en el fondo del mensaje, sino en la forma en la que lo transmitimos.

El verdadero poder de alguien que tiene razón no está en levantar la voz, sino en mantener la serenidad suficiente para que su mensaje llegue claro y directo. Gritar puede dar una sensación de victoria momentánea, como si hubiéramos demostrado nuestra fuerza, pero lo que conseguimos en realidad es que se pierda de vista la causa que nos dio ese enfado. La calma, en cambio, nos permite defender nuestro punto con dignidad, sin que nadie pueda desviar la atención hacia nuestro tono. En definitiva, quien controla su forma de expresarse no solo conserva la razón, sino que multiplica su fuerza.

Cuando gritas, pierdes la razón

Cuando gritas, pierdes la razón, enfadarse es humano, natural y, en muchas ocasiones, totalmente legítimo. El enfado es una emoción que aparece cuando sentimos que se han traspasado nuestros límites, cuando no se nos ha tratado con el respeto que merecemos o cuando percibimos una injusticia. En ese momento, tener enfado significa tener razón, porque la emoción está conectada con una necesidad real y con algo que no funciona como debería. Sin embargo, lo que ocurre muchas veces es que, aunque el motivo sea válido, la forma en la que expresamos ese enfado hace que perdamos credibilidad y la razón deje de estar de nuestro lado. Es en ese punto donde el grito se convierte en enemigo.

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