No soy el coach de todo el mundo, durante un tiempo pensé que podía acompañar a cualquier persona. Que bastaba con escuchar, con estar presente, con dar un espacio seguro, y el cambio sucedería por sí mismo. Suena bonito, pero es falso. La realidad es mucho más dura: no todo el mundo quiere, ni puede, ni está preparado para trabajar en sí mismo. Y yo no estoy aquí para engañarme ni para engañar a nadie.
He aprendido que un coach no es un superhéroe. Yo no lo soy. Y por eso me pongo límites claros: trabajo solo con adultos. No porque los jóvenes no necesiten apoyo, sino porque sé en qué terreno puedo aportar de verdad. Reconocer mis fronteras me hace más honesto y más responsable. Prefiero decir “aquí no” que vender humo o jugar a ser un salvador universal.
También entendí que hay problemas que no son mi campo. Y ahí está una de las verdades incómodas de esta profesión: cuando alguien trae un dolor que no sé trabajar, lo más ético que puedo hacer es derivar. No todos quieren escucharlo, pero el coaching no sustituye a la terapia ni a la medicina. Aceptar esto me da credibilidad, porque significa que no me pongo por encima de lo que no me corresponde.
Pero lo más desafiante no es la edad ni el tipo de problema. El muro real es la actitud. Muchas personas llegan con la idea de que con “charlar” ya basta, como si la sesión fuera un bálsamo mágico. Se relajan, cuentan su historia, se descargan emocionalmente… y esperan salir transformados solo por hablar. Ese es el autoengaño más grande que existe en coaching.
Hablar está bien, incluso es necesario. Yo lo llamo escucha activa, y es un espacio liberador donde la persona se desprende de lo que lleva dentro, comparte sus miedos, sus preocupaciones, sus logros. La escucha activa da claridad y ligereza, pero no cambia tu vida por sí sola.
El verdadero cambio aparece cuando el cliente trabaja para alcanzar un objetivo. Y ahí entra lo que yo llamo coaching con PNL. No es un desahogo, es un proceso de compromiso. Es el momento de cuestionar creencias, probar nuevas estrategias, tomar decisiones y actuar. Yo puedo acompañarte, retarte, ayudarte a ver lo que no ves, pero el trabajo real lo haces tú. Sin acción, no hay transformación.
Y aquí viene algo importante: cuando la persona ya ha alcanzado su objetivo, la escucha activa puede volver como un espacio de mantenimiento emocional. No cada semana, sino quizás cada quince días o una vez al mes. Un lugar donde contar sus miedos y felicidades, revisar lo aprendido y seguir cuidando su mundo interior. En ese punto, la escucha activa no es un escape, sino un complemento que da continuidad.
Así que lo digo sin rodeos: no quiero clientes que solo quieran hablar. Quiero personas que quieran transformarse. Personas que entienden que charlar libera, pero trabajar compromete. Personas que saben que el cambio no ocurre en la sesión, sino en la vida real, cuando aplican lo que descubren.
Aceptar esto me liberó. Dejar de querer ser “el coach de todos” me dio fuerza. Porque ahora sé que cuando alguien se sienta conmigo es porque realmente está listo para moverse. Y esa es la base del cambio: compromiso.
Por eso lo digo alto y claro: no soy el coach de todo el mundo, ni quiero serlo. Y si lo que buscas es solo desahogarte, probablemente no soy para ti. Pero si lo que quieres es enfrentarte de verdad a ti mismo, aunque duela, aunque incomode, aunque te saque de la zona segura… entonces sí, aquí empieza tu proceso.
No soy el coach de todo el mundo


