Por qué he decidido no trabajar con menores, hoy me preguntaron si podía trabajar con chavales, ofreciendo sesiones de escucha activa y acompañamiento. Mi respuesta fue clara: no. Y quiero explicar por qué. No se trata de un rechazo, sino de una elección consciente, que nace tanto de mi experiencia como de mi honestidad.
Desde que empecé a dedicarme a la escucha activa, siempre tuve claro que mi espacio estaba con adultos. Con personas que ya han recorrido parte de su camino, que se enfrentan a retos de vida y trabajo, que buscan un equilibrio entre lo personal y lo profesional, o que están iniciando proyectos propios. En ese terreno siento conexión, confianza y, sobre todo, la certeza de que puedo aportarles valor real.
Con los menores, la situación es diferente. Acompañar a chavales requiere no solo una preparación específica, sino también un tipo de sensibilidad distinta. Ellos viven procesos de desarrollo, cambios emocionales y sociales que no son iguales a los de un adulto. Y aunque valoro muchísimo a quienes trabajan en esa área, yo mismo no me siento preparado para hacerlo. Prefiero reconocerlo antes de aceptar un trabajo en el que no pueda dar lo mejor de mí.
Para mí, el “feeling” es fundamental. En una sesión de escucha activa, la confianza y la comodidad entre ambas partes marcan la diferencia. Si yo no me siento cómodo, esa conexión se resiente. Y si no hay conexión, la persona que está frente a mí no recibe el acompañamiento que merece. Por eso, creo que ser honesto en este punto es un acto de responsabilidad.
Además, siempre he definido mi público objetivo: personas de 27 años en adelante. ¿Por qué esa franja? Porque, a partir de esa edad, suelen aparecer preguntas y desafíos distintos: la búsqueda de estabilidad laboral, las decisiones sobre proyectos personales, la gestión de emociones en el entorno familiar o empresarial. Son retos que requieren un espacio de escucha profunda, y ahí es donde mi experiencia y metodología encajan mejor.
Algunas personas podrían pensar que cerrar una parte del público es limitarse. Yo lo veo al revés: es enfocarse. Cuanto más claro tengo a quién puedo ayudar, más útil me vuelvo para esas personas. Y al mismo tiempo, puedo derivar a profesionales especializados aquellos casos en los que sé que no soy la mejor opción. De esa forma, todos ganamos: la persona recibe el apoyo adecuado, y yo me mantengo fiel a mi propósito.
En definitiva, mi decisión de no trabajar con menores nace de la honestidad y del respeto. Honestidad conmigo mismo, porque sé cuáles son mis fortalezas y limitaciones. Respeto hacia los jóvenes, porque merecen profesionales preparados para acompañar sus procesos. Y respeto hacia los adultos con los que sí trabajo, porque a ellos les puedo ofrecer lo mejor de mí.
Acompañar a alguien en su camino emocional es una gran responsabilidad. Y la responsabilidad también consiste en saber decir “no” cuando es necesario.
Por qué he decidido no trabajar con menores

Cada etapa de la vida necesita su propio acompañamiento.

